jueves, 18 de febrero de 2010

Un día fuera del sombrero.



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Hoy es uno de esos días en que no quiero entrar al sombrero; la lluvia, la cerveza y Sabina tienen un gusto exquisito. Tal vez será  porque hace mas una semana no he visto mis dibujos amorfos por más de cinco segundos. Es extraño; durante un par de horas experimente una sensación que no tenía un nombre. No supe cómo llamarle y no fui la única.

Es excitante esperar algo y por otro lado no saber qué pasará. (Volví a comerme las uñas)me toque mas de una vez el pelo.  Pero esta vez hay algo nuevo. En mi muñeca hay una pulsera nueva. Me gusta. La hicieron ayer especialmente para mí. Creo que hay pocas personas que harían algo por mí.

Aprendí palabras nuevas. Aprendí algo más de mí. Me gusto lo que aprendí. Me gusto como me miraba; nunca vi sus ojos. Creo que debo hacer algo con mi imaginación.

Siento que las alas me están quedando pequeñas. Es tiempo de volar un poquito más lejos. Sé que a mi mamá no le gusta que hable con extraños. No es justo llevar una cuerda en el ombligo amarrada a ella. Debo aprender sola.

 Yo siempre digo que en la tierra los pies se ensucian más rápido. Es verdad. El y yo estábamos lo suficientemente sucios y por esa razón cada uno voló por su lado. El nido se me olvido donde estaba. He perdido la memoria. Los recuerdos suelen caminar y hablarme de vez en cuando. Yo suelo contarles de lo feliz que me siento; del sol que se mete en mi habitación y de la luna que se esconde bajo la cama. Se ríe de mí. Dice que el ya no recuerda la constelación en la habitación.

Hoy encontré la felicidad en la pantalla de un ordenador. No sé que se será mañana y eso es mejor de la vida. No saber cómo terminará el día; el día ya se fue. Que importa la noche está comenzando y queda mucho por sentir.

Creo que los duendes se están alejando y esa es la mejor señal de todas.